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Cuentos Andinos 1

La problemática indígena desde la perspectiva de un juez-escritor

Perú es muy grande. Las tierras que están al otro lado de la cordillera son Perú; las que caen a este lado también Perú. Y Perú también es Pachas, Obas, Chupán, Chavinillo, Margos, Chaulán … y Panao, y Llata, y Ambo y Huánuco.

E. López Albújar

Publicado: 2015-06-04


Las siguientes entradas tienen por objetivo analizar el libro Cuentos Andinos escrito por Enrique López Albújar. Cada entrada desarrollará como mínimo dos cuentos. Disculpen la redundancia.

Cuentos Andinos fue publicado por Enrique López Albújar en 1920. Este escritor nació en Chiclayo en 1872. Ejerció el cargo de juez de primera instancia en Huánuco entre 1917 y 1923. Esta experiencia judicial determinó la producción y estructura del libro. Está compuesto por diez cuentos que tocan diferentes aspectos sobre la vida rural. Los diversos temas se pueden articular dejando claro un panorama general de la población indígena. Alberto Tauro del Pino señala que este libro inicia ‘la nueva corriente indigenista de la narrativa peruana, y por primera vez presentó al indio con criterio realista y hondura sociológica’.

El primer cuento se titula ‘Las tres jircas’. Este cuento se plasma la relación entre la vida rural y la geografía del lugar. Tres montañas en Huánuco (Marcabamba, Paucarbamba y Rondos) vienen a ser tres deidades andinas: jircas. Está compuesto por dos personajes que dialogan sobre las jircas. El primero es un hombre de ciudad; mientras que el segundo, un campesino. El hombre de ciudad describe al campesino como ‘Pillco, el indio más viejo, más taimado, más supersticioso, más rebelde, más incaico de Llicua’. La conversación se centra en la naturaleza de las deidades rurales. Pillco señala que Paucarbamba ‘pide ovejas, cuca, bescochos [sic], confuetes [sic]’. Responde el personaje urbano si cree de buena fe que los cerros son hombre. El campesino responde que las jircas comen, hablan, son dioses, callan de día, piensan murmuran, duermen y caminan de noche. Pillco accedió a contar la historia de los jircas a cambio de puñados de coca y de la promesa (por el alma de todos los jircas andino) de no contar la leyenda en castellano para que no sufriera ‘las profanaciones de la lengua del blanco’. El cuento refleja la supervivencia de una memoria prehispánica al margen de la modernidad que propugnan el estado y la élite. Es un intento por comprender los orígenes de la superstición rural como parte de una cosmovisión andina.

El segundo cuento lleva por título ‘La soberbia del piojo’. Este cuento muestra la vida gamonal que excluye al indio. También está compuesto por dos personajes: un anciano ‘de barbas ampulosas’ y un interlocutor. El anciano describe al gamonalismo y a los indios de la siguiente manera:

Qué un Fulano ha amasado su fortuna con el sudor y a sangre de millares de indios? ¡Bah! Para qué son tan bestias los indios. Si los indios se contaran, se organizaran y fueran más a la escuela y bebieran menos, ¡cuántas cosas no harían! Porque el indio no es idiota; es imbécil. Pero la imbecilidad se puede salir, se cura tonificando el alma, sembrando ideales en ella, despertando ambiciones, haciéndole sentir la conciencia de la propia personalidad. Y el indio, aunque nuestros sociólogos criollos piensen lo contrario, no es persona: es una bolsa de apetitos.

La visión sobre los ‘indios’ es crítica pero no cierra la posibilidad de una redención del otro rural. Pero no deja de desconfiar de ellos. El cuento desarrolla la admiración de los piojos por el anciano. Esto se basa en que fue salvado por uno de ellos en sus sueños. El piojo le exhortaba a despertarse porque estaba frente a un riesgo. Cuando lo hizo vio a su criado que se acercaba a su lecho con un puñal.

¿A quién cree usted que vi? A mi criado, a mi mozo de confianza, con un puñal enorme en la diestra y arrodillado humildemente, con una humildad de perro, con una humildad tan hipócrita que provocaba acabar con él a puntapiés. ¿Con qué eras tú? ¡Lárgate, perro ingrato!

El cuento refleja el papel que cumple la mirada sobre el indio. Cuando es mirado se comporta de manera servil en un rol subordinado. Pero cuando se le deja de mirar se vuelve incontrolable y resulta una amenaza. Lo trascendental del cuento es la exclusión del indio y la desconfianza que genera cuando no se le controla. El ‘indio’ puede ser sumiso y obediente pero también causa miedo.

El tercer cuento es ‘El campeón de la muerte’. El cuento trata la venganza de una familia por la desaparición de uno de sus vástagos. El padre contrata a un mercenario para liquidar al culpable por la ausencia de su hija. Este cuento refleja el estado de barbarie que se vive en el mundo rural. El surgimiento de bandidos prolifera ante la incapacidad del estado para derrotarlos y capturarlos. Esto es síntoma de la autonomía frente a los poderes públicos no por rechazo a ellos sino por su ausencia (esto se acentúa al conocer la indiferencia de la oligarquía por llevar el estado al campo). Ante la ausencia del estado, cada individuo busca ejercer la justicia o buscar a alguien fuerte que la ejerza por ellos. Lopez Albújar describe a un indio de la siguiente manera:

Con la cabeza cubierta por un cómico gorro de lana, los ojos semi oblicuos y fríos – de frialdad ofídica- los pómulos de prominencia mongólica, la nariz curva, agresiva y husmeadora, la boca tumefacta y repulsiva por el uso inmoderado de la coca, que dejaba en los labios un ribete verdusco y espumoso, y el poncho listado de colores sombríos en el que estaba semi envuelto, el viejo Tucto parecía, más que un hombre de estos tiempos, un ídolo incaico hecho carne.

En esta visión esencialista trasciende la mención (siempre reiterativa) de lo inca. También se resalta la coca omnipresente en cualquier descripción rural. También describe a un ‘mal indio’ o bandido: ‘era un indio de malas entrañas, gran bebedor de chacta, ocioso, amigo de malas juntas y seductor de doncellas, un mostrenco, como castizamente llaman por estas tierras el hombre desocupado y vagabundo. Y para un indio honrado esta es la peor de las tachas que puede tener un pretendiente.’ Estas descripciones forman parte de la interpretación del autor sobre los indígenas.

El cuento también resalta dos cosas importantes: las propiedades/ambiciones de los habitantes rurales y la relación con las armas de fuego. Sobre lo primero, detalla acerca del pueblo de residencia:

Entre la falda de una montaña y el serpenteo atronador y tormentoso del Marañón yacen sobre el regazo fértil de un valle cien chozas desmedradas, rastreras y revueltas, como cien fichas de dominó sobre un tapete verde. Es Pampamarca.

En medio de la vida pastoril y semibárbara de sus moradores, la única distracción tienen que tienen es el tiro al blanco, que les sirve de pretexto para sus grandes bebezones de chicha y chacta para consumir también gran cantidad de cápsulas, a pesar de las dificultades…

Además describe como ‘fortuna’ de un sujeto la posesión de ‘varios terrenos, en cada uno de los cuales tenía colonos, ganado sembríos y una mujer para que le cuidara la casa y le tuviera lista el agua caliente o el chupe cuando iba a recoger la cosecha’. Esto refleja que la forma de vivir señorial no es sólo una ambición de la élite. El autor pone énfasis en la barbarie con que se vive en el campo. Esto conforma una interpretación de ver el sector rural como una ‘zona liberada’.

Sobre lo segundo, la relación con las armas de fuego, resalta que es una costumbre arraigada entre los campesinos. Un comerciante responde de manera graciosa el pedido por balas: ‘ya sé lo que quieres, shucuysito: munición para alguna diablura’. La posesión de armas repercute en la ejecución de justicia. Ante la ausencia de la fuerza pública (gendarmería o ejército), son los rifles un medio de defensa ante cualquier amenaza. Esto se evidencia en la siguiente frase de uno de los personajes: ‘mi máuser es como la vara de justicia’. Pero la justicia no es siempre imparcial porque no responde al deber de ejercerla sino al goce por ella o a alguna retribución. La justicia en el campo se ejecuta por venganza, por deseo propio o en calidad de mercenario. El resultado repercute en ejecuciones inmisericordes y sanguinarias.

(continuará)


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